LOS PAPARAZZI , CULPABLES  

Los pistoleros del flash 

Luis Antonio De Villena*              El Mundo  

Como en el Oeste de los cuatreros, el paparazzi entra y dispara sobre la víctima sus luces indiscretas para, de inmediato, como llegó, salir corriendo... Hortera, molesto, tábano incordio, moscón aprovechado, vulgar mercenario con la vida ajena, resulta fácil, enormemente fácil, atacar a los paparazzi, que inventó La dolce vita de Fellini. Sin embargo, el paparazzi faltón y sin miramientos es sólo la punta de lanza de un sistema, al que sirve, pero del que nunca es principal culpable. El paparazzi es el pistolero a sueldo, o el cazarrecompensas, pero ¿quién le manda? ¿quién es el capo de estos metafóricos asesinos? ¿La prensa del corazón, un punto sensacionalista, que sirve escapismos color rojo, morado o rosa, a un público inculto, chato, apesadumbrado por su propia cotidianidad vulgar, descolorida y pobrísima de horizontes? ¿O, en realidad, el jefe de la banda, el que paga, el gran mafioso, somos - o son - los que leen esa prensa o miran esas televisiones, deseando consuelo, morbo y huida en las vidas triviales, pero económica y socialmente privilegiadas de ciertos personajes, algunos dignos de todo respeto, pero la mayoría, ay, hueros, capitidisminuidos, cortos, que parecen no darse cuenta del escándalo oprobioso de su frivolidad en un mundo miserable?

¿A Lady Di la han matado - sigue la metáfora - la legión de ávidos paparazzi que la perseguían sin tregua, pese a que probablemente a ellos en persona, esa vida principesca y alicorta les importara un bledo? ¿La ha matado su inconsciente gusto por el protagonismo fácil, incluso cuando no era ya un personaje histórico, pues no iba a ser nunca reina de Inglaterra? ¿La ha matado, el azar, la velocidad, el disparate de este mundo tan falto de verdaderas libertades? ¿O la ha matado - finalmente - el propio público que la usaba y abusaba como carnaza para sus frustraciones?

Los paparazzi - en general - son la cima visible - y fea - del iceberg. Pero algunos de ellos (los más osados, los más feroces, los de peor corazón, los que al matar, parecen sentir un leve gusto en dar muerte) son más directamente culpables. Cuando el personaje les dice, basta, por favor, déjeme en paz, ellos siguen, inmisericordes. Suena la plata. Donde pone prohibido entrar trepan la tapia y usan teleobjetivo para mostrar una intimidad que está siendo, realmente, íntima. Estos paparazzi sin escrúpulos - que no son todos - son los carroñeros, los que nunca sienten el olor a basura. Los que - en nombre de la libertad, como tantos reaccionarios- asesinan la libertad. Esos paparazzi son indefendibles, no tienen excusa. Y el oro ruge en la bolsa. Pero la calle - no lo olvidemos - es de todos.

Los paparazzi - como la propia Lady Di - son un signo de nuestro tiempo. Imágenes del capitalismo feroz que, por dinero, lo allana y pisotea todo, como los caballos mongoles. Imágenes de ese mismo tiempo - esto no es nuevo - en el que un público agobiado y esclavizado por la moderna ignorancia de la desinformación informada, un público poco culto y necesitado - como todos - de novela, para vivir (o reflejarse) en los personajes, escoge para ello seres - que a veces venden gustosos su propia mercancía - generalmente inanes, vacíos, absurdos. En ocasiones el absurdo es fiel a sí mismo, y una vida vana - como tantas - se cierra en un vano accidente. Que tanta vacuidad signifique tantísimo es una terrible definición de este mundo, que no va nada bien. El paparazzi agresor, hortera, incordio y chulo es detestable. El otro - que cumple su oficio - no es menos desagradable, punta envenenada de una flecha. Pero ahí el arco somos todos, periodistas, público, paparazzi y famosos, idiotizados todos en un mundo idiota.

  * Artigo respigado da Internet, publicado pelo diário espanhol El Mundo  

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